RECURSOS MUSICALES
MUSIC RESOURCES
PLANES Y PROYECTOS EDUCATIVOS
EDUCATIONAL PLANS AND PROJECTS
EL RETABLO DE MAESE PEDRO
(1ª Parte de la historia)
II PARTE (del libro)
del ingenioso caballero
don Quijote de la Mancha
Capítulo XXV
Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa del
titerero, con las memorables adivinanzas del mono adivino
No se le cocía el pan a don Quijote, como suele decirse, hasta
oír y saber las maravillas prometidas del hombre condutor de las armas. Fuele a
buscar donde el ventero le había dicho que estaba, y hallóle y díjole que en
todo caso le dijese luego lo que le había de decir después acerca de lo que le
había preguntado en el camino. El hombre le respondió:
—Más despacio, y no en pie, se ha de tomar el cuento de mis
maravillas: déjeme vuestra merced, señor bueno, acabar de dar recado a mi
bestia, que yo le diré cosas que le admiren.
—No quede por eso —respondió don Quijote—, que yo os ayudaré
a todo.
Y así lo hizo, ahechándole la cebada y limpiando el pesebre,
humildad que obligó al hombre a contarle con buena voluntad lo que le pedía; y
sentándose en un poyo, y don Quijote junto a él, teniendo por senado y
auditorio al primo, al paje, a Sancho Panza y al ventero, comenzó a decir desta
manera:
—Sabrán vuesas mercedes que en un lugar que está
cuatro leguas y media desta
venta sucedió que a un regidor dél, por industria y
engaño de una muchacha
criada suya, y esto es largo de contar, le faltó un asno, y
aunque el tal
regidor hizo las diligencias posibles por hallarle, no fue posible.
Quince días
serían pasados, según es pública voz y fama, que
el asno faltaba, cuando,
estando en la plaza el regidor perdidoso, otro regidor del mismo pueblo
le
dijo: «Dadme albricias, compadre; que vuestro jumento ha
parecido». «Yo os las
mando, y buenas, compadre —respondió el otro—, pero
sepamos dónde ha parecido.»
«En el monte —respondió el hallador— le vi
esta mañana, sin albarda y sin
aparejo alguno, y tan flaco, que era una compasión miralle.
Quísele antecoger
delante de mí y traérosle, pero está ya tan
montaraz y tan huraño, que cuando
llegué a él, se fue huyendo y se entró en lo
más escondido del monte. Si
queréis que volvamos los dos a buscarle, dejadme poner esta
borrica en mi casa,
que luego vuelvo.» «Mucho placer me haréis
—dijo el del jumento—, y yo
procuraré pagároslo en la mesma moneda.» Con estas
circunstancias todas, y de
la mesma manera que yo lo voy contando, lo cuentan todos aquellos que
están
enterados en la verdad deste caso. En resolución, los dos
regidores, a pie y
mano a mano, se fueron al monte, y llegando al lugar y sitio donde
pensaron
hallar el asno, no le hallaron, ni pareció por todos aquellos
contornos, aunque
más le buscaron. Viendo, pues, que no parecía, dijo el
regidor que le había
visto al otro: «Mirad, compadre: una traza me ha venido al
pensamiento, con la
cual sin duda alguna podremos descubrir este animal, aunque esté
metido en las
entrañas de la tierra, no que del monte, y es que yo sé
rebuznar
maravillosamente, y si vos sabéis algún tanto, dad el
hecho por concluido».
«¿Algún tanto decís, compadre? —dijo
el otro—. Por Dios, que no dé la ventaja a
nadie, ni aun a los mesmos asnos.» «Ahora lo veremos
—respondió el regidor
segundo—, porque tengo determinado que os vais vos por una parte
del monte y yo
por otra, de modo que le rodeemos y andemos todo, y de trecho en trecho
rebuznaréis vos y rebuznaré yo, y no podrá ser
menos sino que el asno nos oya y
nos responda, si es que está en el monte.» A lo que
respondió el dueño del
jumento: «Digo, compadre, que la traza es excelente y digna de
vuestro gran
ingenio». Y, dividiéndose los dos según el acuerdo,
sucedió que casi a un mesmo
tiempo rebuznaron, y cada uno engañado del rebuzno del otro,
acudieron a
buscarse, pensando que ya el jumento había parecido, y en
viéndose, dijo el
perdidoso: «¿Es posible, compadre, que no fue mi asno el
que rebuznó?». «No fue
sino yo», respondió el otro. «Ahora digo —dijo
el dueño— que de vos a un asno,
compadre, no hay alguna diferencia, en cuanto toca al rebuznar, porque
en mi
vida he visto ni oído cosa más propia.» «Esas
alabanzas y encarecimiento
—respondió el de la traza— mejor os atañen y
tocan a vos que a mí, compadre,
que por el Dios que me crió que podéis dar dos rebuznos
de ventaja al mayor y
más perito rebuznador del mundo: porque el sonido que
tenéis es alto; lo
sostenido de la voz, a su tiempo y compás; los dejos, muchos y
apresurados; y,
en resolución, yo me doy por vencido y os rindo la palma y doy
la bandera desta
rara habilidad.» «Ahora digo —respondió el
dueño— que me tendré y estimaré en
más de aquí adelante, y pensaré que sé
alguna cosa, pues tengo alguna gracia,
que puesto que pensara que rebuznaba bien, nunca entendí que
llegaba al estremo
que decís.» «También diré yo ahora
—respondió el segundo— que hay raras
habilidades perdidas en el mundo y que son mal empleadas en aquellos
que no
saben aprovecharse dellas.» «Las nuestras
—respondió el dueño—, si no es en
casos semejantes como el que traemos entre manos, no nos pueden servir
en
otros, y aun en este plega a Dios que nos sean de provecho.» Esto
dicho, se
tornaron a dividir y a volver a sus rebuznos, y a cada paso se
engañaban y
volvían a juntarse, hasta que se dieron por contraseño
que para entender que
eran ellos, y no el asno, rebuznasen dos veces, una tras otra. Con
esto,
doblando a cada paso los rebuznos, rodearon todo el monte sin que el
perdido
jumento respondiese, ni aun por señas. Mas ¿cómo
había de responder el pobre y
mal logrado, si le hallaron en lo más escondido del bosque
comido de lobos? Y
en viéndole, dijo su dueño: «Ya me maravillaba yo
de que él no respondía, pues
a no estar muerto, él rebuznara si nos oyera, o no fuera asno;
pero a trueco de
haberos oído rebuznar con tanta gracia, compadre, doy por bien
empleado el
trabajo que he tenido en buscarle, aunque le he hallado muerto».
«En buena mano
está, compadre —respondió el otro—, pues si
bien canta el abad, no le va en
zaga el monacillo.» Con esto, desconsolados y roncos se
volvieron a su
aldea, adonde contaron a sus amigos, vecinos y conocidos cuanto les
había
acontecido en la busca del asno, exagerando el uno la gracia del otro
en el
rebuznar, todo lo cual se supo y se estendió por los lugares
circunvecinos; y
el diablo, que no duerme, como es amigo de sembrar y derramar rencillas
y
discordia por doquiera, levantando caramillos en el viento y grandes quimeras de nonada, ordenó e hizo que
las gentes de los otros pueblos, en viendo a alguno de nuestra aldea, rebuznase
, como dándoles en rostro con el rebuzno de nuestros regidores. Dieron en ello
los muchachos, que fue dar en manos y en bocas de todos los demonios del
infierno, y fue cundiendo el rebuzno de en uno en otro pueblo de manera, que
son conocidos los naturales del pueblo del rebuzno como son conocidos y
diferenciados los negros de los blancos; y ha llegado a tanto la desgracia
desta burla, que muchas veces con mano armada y formado escuadrón han salido
contra los burladores los burlados a darse la batalla, sin poderlo remediar rey
ni roque, ni temor ni vergüenza. Yo creo que mañana o esotro día han de salir
en campaña los de mi pueblo, que son los del rebuzno, contra otro lugar que
está a dos leguas del nuestro, que es uno de los que más nos persiguen; y por
salir bien apercebidos, llevo compradas estas lanzas y alabardas que habéis
visto. Y estas son las maravillas que dije que os había de contar, y si no os
lo han parecido, no sé otras.
Y con esto dio fin a su plática el buen hombre, y en esto entró por la puerta
de la venta un hombre todo vestido de camuza, medias, greguescos y jubón, y con
voz levantada dijo:
—Señor huésped, ¿hay posada? Que viene aquí el mono adivino
y el retablo de la libertad de Melisendra.
—¡Cuerpo de tal —dijo el ventero—, que aquí está el señor
maese Pedro! Buena noche se nos apareja.
Olvidábaseme de decir
como el tal mase Pedro traía cubierto el ojo izquierdo y casi medio carrillo
con un parche de tafetán verde,
señal que todo aquel lado debía de estar enfermo. Y el ventero prosiguió,
diciendo:
—Sea bien venido vuestra merced, señor mase Pedro. ¿Adónde
está el mono y el retablo, que no los veo?
—Ya llegan cerca —respondió el todo camuza —, sino que yo me he
adelantado, a saber si hay posada.
—Al mismo duque de Alba se la quitara para dársela al señor
mase Pedro —respondió el ventero—: llegue el mono y el retablo, que gente hay
esta noche en la venta que pagará el verle y las habilidades del mono.
—Sea en buen hora —respondió el
del parche—, que yo moderaré el precio, y con sola la costa me daré por bien
pagado; y yo vuelvo, a
hacer que camine la carreta donde viene el
mono y el retablo.
Y luego se volvió a salir de la venta.
Preguntó luego don Quijote al ventero qué mase Pedro era
aquel y qué retablo y qué mono traía. A lo que respondió el ventero:
—Este es un famoso titerero, que ha muchos días que anda
por
esta Mancha de Aragón enseñando un retablo de la
libertad de Melisendra, dada por el famoso don Gaiferos, que es
una de las mejores y más bien representadas
historias que de muchos años a esta parte en este reino se han
visto. Trae
asimismo consigo un mono de la más rara habilidad que se vio
entre monos ni se
imaginó entre hombres, porque, si le preguntan algo,
está
atento a lo que le preguntan y luego salta sobre los hombros de su amo
y,
llegándosele al oído, le dice la respuesta de lo que le
preguntan, y maese
Pedro la declara luego; y de las cosas pasadas dice mucho más
que de las que
están por venir, y aunque no todas veces acierta en todas, en
las más no yerra,
de modo que nos hace creer que tiene el diablo en el cuerpo. Dos reales
lleva
por cada pregunta, si es que el mono responde, quiero decir, si
responde el amo
por él, después de haberle hablado al oído; y,
así, se cree que el tal maese Pedro
está riquísimo, y es hombre galante, como dicen en
Italia, y bon
compaño, y dase la mejor
vida del mundo: habla más que seis y bebe más que doce,
todo a costa de su
lengua y de su mono y de su retablo.
En esto, volvió maese Pedro, y en una carreta venía el retablo, y el mono, grande y sin cola, con las
posaderas de fieltro,
pero no de mala cara; y apenas le vio don Quijote, cuando le preguntó:
—Dígame vuestra merced, señor adivino:
¿qué peje pillamo? ¿Qué ha de ser de
nosotros?
Y vea aquí mis dos reales.
Y mandó a Sancho que se los diese a maese Pedro, el cual
respondió por el mono y dijo:
—Señor, este animal no responde ni da noticia de las cosas
que están por venir; de las pasadas sabe algo, y de las presentes, algún tanto.
—¡Voto a Rus —dijo Sancho—, no dé yo un
ardite porque me digan lo que por mí ha pasado!, porque ¿quién lo puede saber
mejor que yo mesmo?, y pagar yo porque me digan lo que sé sería una gran
necedad; pero pues sabe las cosas presentes, he aquí mis dos reales, y
dígame el señor monísimo qué hace ahora mi mujer Teresa Panza y en qué se
entretiene.
No quiso tomar maese Pedro el dinero, diciendo:
—No quiero recebir adelantados los premios, sin que hayan
precedido los servicios.
Y dando con la mano derecha
dos golpes sobre el hombro izquierdo, en un brinco se le puso el mono en él, y
llegando la
boca al oído daba diente con diente muy apriesa; y habiendo hecho este ademán
por espacio de un credo, de otro brinco se puso en el suelo, y al punto, con
grandísima priesa, se fue maese Pedro a poner de rodillas ante don Quijote y,
abrazándole las piernas, dijo:
—Estas piernas abrazo, bien así como si abrazara las dos
colunas de Hércules, ¡oh
resucitador insigne de la ya puesta en olvido andante caballería, oh no jamás
como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, ánimo de los
desmayados, arrimo de los que van a caer, brazo de los caídos, báculo y
consuelo de todos los desdichados!
Quedó pasmado don Quijote, absorto Sancho, suspenso el
primo, atónito el paje, abobado el del rebuzno, confuso el ventero, y, finalmente,
espantados todos los que oyeron las razones del titerero, el cual prosiguió
diciendo: